5:30 de la mañana. Sonó el despertador y me desperté con dificultad, la noche previa había dormido poco, cada tanto despertaba nerviosa, aun cuando me sentía agotada me levante, tome un baño el agua caliente ayudo a mi cabeza, me peine, lave los dientes y no, no quise desayunar traía un dolor en la panza bien raro, creo que era la ansiedad.
Casi tres horas más tarde, estaba en una sala de espera, las
piernas cruzadas y mordía mis uñas con franca angustia, ¡al fin lo vería!
Pasaron los minutos y aunque buscaba su figura entre toda la
gente que estaba ahí, conmigo, pero sin mí, nada, no lograba verle. De repente,
se acerca un hombre, el brazo derecho tatuado llevaba gafas y cubrebocas, me
tomo de la mano y pregunto: “¿Gisela?” apenas sonreí y de pronto ya me tenía
sentada en su cubículo.
Ahí sentados los dos, se quitó el cubrebocas, me pidió que
hiciera lo mismo, me dijo que me pusiera cómoda, quítate el chaleco aquí no lo
necesitas, me descubrí y de repente sus manos ya estaban en mi espalda, admito
que me puso nerviosa, olía muy bien, usaba de esas fragancias que se te quedan
en la narizota mucho tiempo.
Toco mi espalda, mi cuello, el pecho, coloco su oído muy
cerquita de mi pecho, me interrogo:
¿Fumas?, ¿Bebes?, ¿Qué consumes?, ¿Qué te gusta?
Intente contestar de a poco, cuando de pronto se paró frente
a mí, y ordeno: “abre la boca, lo más que puedas” ahí me quede, con la boca
bien abierta y las pupilas dilatadas…
Termino.
Lo veré el miércoles
temprano, dijo que no dolerá, que será gentil y que procurara no queden marcas.
Esperanzada mente
Gis, la Jiz de siempre anda vagando en el limbo.
P.D. Después del miércoles tal vez no haya mucho que decir,
a reserva de sonar bastante dramática solo espero poder seguir.