Para Papá...
Todos los días a la misma hora Don Arnulfo caminaba lentamente bastón en mano y con un eterno pañuelo blanco con el que secaba el sudor de su frente pasaba por la iglesia y saludaba a todos los vecinos hasta que llegaba a el asta bandera, buscaba un lugar donde hubiera sombra y se sentaba a esperar.
Medio día la plaza llena, gente vendiendo "cilantro, yerbabuena, culumiche, café, papatla" y como todos los días María salia con su sombrilla contononeandose como cuando tenia 15 años, maquillada, con sus tacones bajos y con un vestido vaporoso que permitía ver donde alguna vez hubieron dos erguidos pezones hoy cabizbajos por el trajín de la vida.
A dos calles del centro había una casa construida de adobe, amplia, de techos altos, ventanas cortas e historias largas. Por la parte de enfrente entraban con un poco de desvergüenza los señores que tenían ganas de refrescar sus inquietudes, mientras que por la parte de atrás María abría sus puertas a las señoras preocupadas por que el gasto no rendía. Al centro Arnulfo pedía lo de siempre un vasito de refino y un plato de naranjas con chile seco, a su lado María se sentaba mientras discretamente Arnulfo desabotonaba su pantalón conduciendo la mano de María a tocarlo, ella bajaba de a poco sus vestidos hasta que llegaban al antiguo cuartito.
Se conocieron cuando ella tenia 15 y recién había llegado al pueblo, él tenia 20 casado con 4 chámacos trabajaba la milpa y a su mujer apenas y le quedaban ganas de dormir con alguien que solo le hacia hijos, María en cambio lo dejaba tocarla, le pagaba 50 pesos y por media hora el se olvidaba de la chinga de trabajar.
Hoy en el cuartito ya no se revuelcan las sabanas apenas y él recuesta su cabeza en los pechos de ella acariciándolos remembrando al hombre que fue y esperando el sueño que vendrá.
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