El movimiento feminista no es algo nuevo, ni tampoco reciente, en realidad, hace ya muchos años que las mujeres comenzaron con la exigencia de las libertades personales, sexuales y laborales.
En años recientes hay un boom mediático al respecto, en este
“boom” los medios de comunicación han realizado un extraordinario trabajo en darle
un tono melodramático el tema, ahora no tenemos mujeres luchando por mejores
condiciones de vida, ahora hay mujeres enmascaradas, vestidas en morado que nomás
rayonean muros y se ven feas (fuchi guacala 😊) y, por otro lado los influencers, las
“artistas”, las tiktokers y así una gran lista de virtualidades exponen su vida
privada y también su opinión respecto a lo que debería ser o no ser mujer y
feminista. “Sonamos” parafraseando a Mafalda.
La brecha laboral y salarial prevalece, sin dejar de lado el
tema de “las multitareas” a las que las mujeres están expuestas. A riesgo de
ser “funada” el movimiento feminista, al igual que otros muchos, son víctimas
de sí mismas y de lo externo. El “merchandising” “la comercialización extrema”,
la capitalización (monetización) ideológica permea, sacrifica y expone el
significado de lo femenino.
Personajes como “El Temach” y otros tantos que intentan
“re-empoderar” al hombre en esencia proveedora, cazadora y de protección,
exponen lo más frágil del macho: el miedo. Y luego, vemos una “Karely Ruiz”
empoderada, invirtiendo miles de pesos en “dibujar” un cuerpo de libro vaquero,
auto cosificándose, enarbola su libertad en la venta de sí misma, capitalismo
pues.
En mi ejercicio de reflexión, me parece que las corrientes
ideológicas (cualquiera que sea) son devoradas por sistemas económicos que los
escupen en estrategias políticas y que se transforman en crisis de identidad,
(véase la moda extrema de humanizar animales). No hay nada más redituable que
la idea de ser libre en un mundo de jaulas. (Nota mental: la izquierda política
que más parece derecha de closet)
Creo, pienso, que sí, debemos (tenemos que) reivindicar el
femenino y el masculino, no en el sentido estricto de las etiquetas, pero sí de
rescatar la esencia (no me refiero a sus jaladas del “coquette”) de lo humano,
aunque, en sí mismo pudiera parecer una contradicción. La construcción de
sociedades justas parte de la necesidad de comprender las diferencias y de
establecer puntos de acuerdo que van de lo individual a lo colectivo y de lo
colectivo a lo individual. Es complejo mirar que la sociedad empuja pues a que
los jóvenes, y otros no tan jóvenes, mercantilicen “las diferencias”.
Jiz
P.D. 1 Las nuevas formas que ha tomado la prostitución con
las plataformas virtuales nos obligan a reinterpretar la sexualidad y, también,
las relaciones interpersonales, valdría la pena cuestionarnos que tan libres
somos cuando vendemos lo único que nos quedaba: la intimidad.
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