jueves, 11 de abril de 2024

Polvo

 

Un día que parecía noche María abrió los ojos, estaba confundida porque no sabia bien que debería mirar, su cabeza la daba de tumbos, de arriba abajo y de izquierda a derecha. No alcanzaba a mirar eso que decían, en los alrededores se oían las voces de muchas personas que murmuraban palabras inaudibles pero consistentes.

María se incorporó, había tanta gente a su alrededor que difícilmente podría escuchar sus pensamientos. Algunos le daban la mano para que se levantara, se acerco una mujer y le acomodo la ropa, el cabello, pregunto ¿Dónde estoy? Y todos sonreían. Pregunto ¿Quiénes son? Y todos sonreían, pregunto ¿Qué me paso? Y todos desaparecieron.

Se miro de abajo a arriba, las rodillas ¡no puede ser! Todas raspadas, llenas de moretones, el vestido, los zapatos llenos de tierra, las uñas quebradas, se tocaba la cara, ¿Dónde quedaron los aretes? Comenzó a estornudar y de la nariz salían coágulos de sangre, quiso limpiar y miraba como de a poco se levantaba su piel, comenzó a llorar cuando en el brazo miraba una especie de “bolitas” que se movían de un punto a otro, rascaba y brotaban gusanos, se pellizcaba con urgencia tratando de ver que no fuera una pesadilla, brotaba agua de sus orificios, y no, definitivamente no comprendía que pasaba.

Se disolvió, alcanzaron a decir, se evaporo María con sus miedos, ¿A dónde será que iría? ¿A dónde llega el polvo? Tal vez la condena de vivir enjaulado sea lo único que nos salva de nosotros mismos.

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